sábado, 27 de abril de 2013

"Como todos los grandes viajeros-dijo Essper - yo he visto más cosas de las que recuerdo, y recuerdo más cosas de las que he visto."


Viajar me llena el alma, me permite volar, conocer, abrir la cabeza, ver otras realidades, charlar con gente diferente, hacer todos los esfuerzos por conversar con hermanos que hablan en otros idiomas, no importa si es inglés, italiano, portugués, (a fin de cuentas comprendo que somos todos más o menos iguales) crear nuevos amigos o compañeros de ruta, estrechar lazos con quienes ya conocía, embellecer la vista, atesorar recuerdos, soñar, compartir, guardar momentos irrepetibles.
Viajar “le pone colirio a mis ojos”, sentarme en una roca a observar el mar, escuchar el sonido del viento, de las olas en las rocas, y mirar, simplemente mirar a ese horizonte lejano, sin hablar, me da paz, es un momento irrepetible en la vida, imborrable, lo dejo fluir, luego, al transcurrir de los años, miro la foto, cierro los ojos, y vuelvo a sentirlo.


Los paisajes me emocionan, me pierden. Los momentos y esos lugares que soñé visitar y pude tocar.
Viajar es uno de los grandes placeres de la vida y eso se aprende a disfrutar CON la vida. Como el resto de los placeres, uno aprende a detener el tiempo, frenar ese minuto y hacerlo eterno, guardarlo para siempre, no sé cuando me sucedió pero si recuerdo un momento clave, durante el trayecto del camino del Inca, subíamos todos en grupo, lidiando con la altura y la falta de entrenamiento, rápido para no separarnos del resto, y de golpe levanté la vista, vi la selva y la montaña, esa vegetación, el río allá abajo, unos cientos de metros, el sol y ese momento… paré y pensé: que locura!, yo acá en este lugar, en este momento y camino sin mirar? y miré, miré un rato, respiré hondo y empecé a disfrutar del paisaje.

A partir de ahí, cada viaje hago lo mismo y me lo traigo conmigo para siempre. La foto es el soporte, lo que hace que cuando me olvido, cuando la rutina me atropella, miro la imagen y vuelvo a sentir y revivir el momento, de verdad, siento la misma alegría y placer… buena técnica que como plus me saca de esos días “nublados”, la recomiendo…

La primera vez que subí al cerro campanario, en Bariloche, quienes lo conocen entenderán de lo que hablo,  recorrí los 360º que se ven desde allí, y sentí que era la prueba más cabal de la existencia de un Dios, no importa cual, pero si algo tan perfecto y bello era posible, tenía que ser la creación de un ser infinitamente superior. Ese día pensé: tengo que volver algún día con un termo y un mate y sentarme a disfrutar este lugar, años después pude cumplirlo, me saqué una foto en ese momento, hoy puedo mirar la foto, cerrar los ojos y sentir el sonido del viento como si estuviera nuevamente allí.
No siempre pude viajar, la realidad económica es algo ineludible, cuando era chica y no tanto, viajaba a través de los libros, me transportaba exactamente al mismo lugar en que transcurría el relato, quizás por eso hoy me resulta tan fácil volver a reproducir los momentos.  Cuando pude empezar a hacerlo, no perdí una sola oportunidad de armar valijas.
Siempre pensé que antes de salir de mis fronteras quería conocer mi país y la vida me dio la oportunidad de conocerlo casi, casi, todo. Desde el Calafate (Ushuaia lo debo) hasta Jujuy y desde Buenos Aires a Mendoza, me quedan aún muchos lugares, pero que sería de la vida sin sueños por cumplir…
Luego crucé fronteras, a países hermanos primero y al fin me atreví a cruzar el gran charco.

De cada viaje me traigo paisajes, lugares, historia, arte, costumbres, comidas!!! , pero lo que más atesoro son los momentos, las personas con las cuales he compartido charlas, vivencias, descubro que el idioma nos separa pero también nos une, personas que se quedan para siempre.
Sobran los motivos para creer que viajar no es un gasto, es lo que nos llevamos de esta vida, los buenos momentos vividos. Cada cual encuentra los suyos, muchos de los míos están ahí y me sacan una sonrisa cuando cuesta.
Me animé a las aguas del Huaum en un rafting durante un verano y a las del Rio Mendoza con sabor a aventura, tomé mates en el cerro campanario y en la playa de Miraflores (Perú); tardes enteras en las playas de Reñaca; a orillas del lago Titicaca leyendo un libro de Agatha Christie y en el Lago San Roque, enamorada; comí pastas en la Vía Véneto, brindé con champagne en la Barceloneta; compartí un atardecer y caipirihnas en Copacabana y pisco Sour en el Cuzco; conocí la máxima adrenalina haciendo Bungee jumping en Cabra Corral, vi Chapelco desde un parapente, descubrí el miedo y la euforia cruzando en cable durante 450 metros el Rio Mendoza, comí un casi extinto loco en Chile, aprendí de uvas, vinificación, barriles de roble y acero en bodegas en Mendoza y Cafayate, caminé París con una amiga brasilera recién conocida en el Hostel del barrio de Montmartre, sambé en Rio de Janeiro con amigos argentinos, vi llegar la medianoche a orillas del Sena brindando con un "rosado", me tiré al mar en Angra do Reis, me senté a descansar en el asfalto rojo que lleva a la  Reina Isabel II a Buckingham Palace, cené en una playa de bombinha a la luz de una fogata, aprendí a esquiar en Caviahue, me senté a ver transcurrir la vida, copa de vino en mano, en la Rue Des Abbesses, subí y bajé de trenes en Europa,  vi nevar en Jujuy, comí empanadas en una peña en La Balcarce,  debatimos la realidad económica europea con dos rusas, un italiano y una alemana un amanecer esperando un tren en Mestre, anduve en moto en Florencia, recorrí las calles de París en bici, comí un sandwich de rabas en Plaza Mayor, lloré delante del Guernica, vi ocultarse el sol en las playas de Niza con un sándwich y una copa de vino, recorrí los mercados de Europa y comí el famoso sándwich de mortadela en el de Sao Paulo, aprendí a preparar batidas en las playas de  Brasil, pisé el Coliseo Romano, vi atardecer sentada en la Piazza San Marcos, viajé a dedo hasta Santa Clara (cuando aún se podía y las finanzas no daban para otra cosa), cené escuchando jazz en la Cripta de St. Martin in the Field, caminé con grampones sobre el Perito Moreno, miré El Calafate desde un globo, hice happy hour con una amiga de la infancia y sus dos hijas en Puerto Madero, bailé en Belushi, me saqué fotos locas con mi prima en Park Guel, caminé por San Telmo, me perdí en Lugano y un sábado a la tarde en Londres, anduve a caballo en Córdoba (quien no…?), visité la tumba de San Martín y la de Juan Pablo II, leí “Comer, Rezar y amar” en una plaza de Florencia, compré libros en la Gran Via. Seguramente hay miles más, algunas las viví sola y otras acompañada, todas absolutamente todas,  las guardo en mi corazón y de vez en cuando, como hoy, las vuelvo a vivir.
Sólo espero que la vida me permita seguir atesorando esos momentos y compartirlos desde acá con ustedes. Mientras tanto... comienzo a planear mi nuevo destino.